“Yo respeto lo que decidan en los Estados, tanto los Congreso locales como los gobernadores; yo no soy partidario de las medidas coercitivas, creo que lo mejor es hacer conciencia en la gente y tenerle confianza al pueblo, no a las medidas autoritarias”, dijo Andrés Manuel López Obrador durante la conferencia matutina de este lunes en el Salón Tesorería del Palacio Nacional, con más de un millón de casos confirmados y casi 100 mil muertos por COVID-19 en el país.

El presidente no termina de entender que flaco favor le hace a la población este tipo de declaraciones, que el divisionismo que a diario fomenta en cadena nacional a nadie le favorece, que sigue estando en la estrategia aislada contra el virus que ha dejado familias incompletas a lo largo y ancho de un México que, además, vive la otra epidemia creciente: la inseguridad.

Y pareciera que ese es el sinónimo de Morena, COVID-19, inseguridad, circo y burla; cero estrategias, muchos berrinches, pero sobretodo, dolor y muerte en la primera parte de una administración federal sin rumbo y plagada de revanchismos e irregularidades que se vislumbran para la ejecución del presupuesto para el 2021.

Lo que criticó por décadas, parece hoy su bandera: usar los recursos públicos en programas clientelares para las próximas elecciones, aglutinando un fondo que podrá usar a discreción bajo la complicidad de la bancada morenista en el Congreso de la Unión, la peligrosa desaparición de poderes que puede llevar al país a los peores escenarios de la era moderna.

Sin las autoridades electorales que subordinan al Ejecutivo Federal en el próximo proceso electoral, México podría caer en una debacle que tardará décadas en subsanar. Las fallas están a la vista de todos, solo es de pensarle poquito y aplicar en el país la misma dosis que en el país del norte, sacar del poder al autoritarismo.